25
MAR
2014

El niño del Ghetto

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Desde chico fui a los actos recordatorios del Ghetto de Varsovia. Al principio me llevaban mis padres. Siempre me pareció que es una cita a la que no debo faltar; es una cita de honor y mi pequeño homenaje a los combatientes del Ghetto.

Sin embargo los discursos no son lo que mas me conmueve. Lo que me impacta e inquieta aun hoy son las imágenes. Duras, crueles, simples, pedagógicas, esas imágenes me trasmiten un dolor insondable, una sensación de repugnancia. Repetidas una y mil veces en el shule, en el kinder no dejan de perturbarme.

Hace poco falleció Alan Resnais, autor de ese breve filme llamado “Noche y niebla”. Basta ver esos pocos 32 minutos para comprender esa tremenda dimensión del Mal –casi como un absoluto categórico- que fueron el nazismo y el fascismo.

Luego hay una foto que no deja de perturbarme. Es una foto que recorrió el mundo y que, casi casi, se ha convertido en un ícono de lo que fue la brutalidad nazi y el Ghetto de Varsovia. Es esa en la que se ve a un grupo de personas saliendo de entre los escombros de una casa derruida por el tiempo y la metralla. Alrededor de ellos, la soldadesca nazi, armas en la mano, el rostro radiante de gozo y de triunfo.

Sabemos que esa foto se encontraba en el archivo del general Stroop y que formaba parte del informe que éste elevó a las autoridades alemanas acerca de la represión llevada a cabo frente al Levantamiento del Ghetto de Varsovia entre abril y junio de 1943.

Esa imagen no necesita ningún comentario, nada que la amplíe. De por si sola es suficientemente elocuente como para decirnos todo lo que hay que saber sobre el significado –simple y profundo al mismo tiempo- de lo que fue y es el nazismo. Y simultáneamente, es una advertencia.

En la foto hay muchos personajes. En total, unos veinte: allí reconocemos a tres niños, cuatro mujeres y cinco hombres adultos pobremente vestidos saliendo de edificio con bolsos y valijas y las manos en alto; a su alrededor cinco soldados de las fuerzas alemanas con completo equipamiento de combate (cascos, botas, antiparras, armas largas), observan vigilantes la tétrica caravana.

Ninguno de los que salen saben con certeza cuál será su destino; sin embargo, pueden presuponer con cierta determinación que el campo de concentración será el final de su viaje.

En la foto se destaca, en primer plano, un chico. ¿Cuántos años tendrá?: siete u ocho, no mas. Miramos su cara. Refleja todo lo que un pibe de esa puede comprender: ¿Qué hago acá?, ¿Qué quieren estos tipos?, ¿Dónde me llevan?, ¿Qué pasará? Por mas que está acompañado de algún adulto (¿su mamá, algún familiar, o directamente alguien con quien convivía?), la incertidumbre en su mirada es lo que prevalece.

Lleva puesta una gorra, pantalones cortos y un sobretodo de franela, todo lo cual denota que hace frío, o sea que la escena sucede a comienzos del otoño, lo que nos indica que ocurre a posteriori de los días mas violentos del Levantamiento del Ghetto y cuando la represión nazi estaba concluyendo. Se habrían librado los últimos combates y las tropas asaltantes estarían realizando las últimas operaciones de rastrillaje; serían los momentos de las últimas deportaciones, de la liquidación definitiva del barrio judío para que el encargado de aplastar el Ghetto en esa primavera de 1943, Stroop pudiera escribir orgullosamente (¿?) unas pocas palabras famosas e infames: «El barrio judío de Varsovia ya no existe».

Volvamos a la cara de ese pibe (¿Motl, Itzik, Léibale?, ¿cómo se habrá llamado?); en los gestos que quedaron congelados podemos adivinar el terror que se avecina. La foto es la viva imagen de una atroz, terrible y pavorosa incongruencia: por un lado, la inocencia y la ingenuidad del ser humano cuando es un niño que apenas había empezado a vivir; por otra la crueldad que tiene ese mismo ser humano, ya maduro, representado en la inmoralidad del genocidio judío.

Las dos caras del ser humano. Ese mismo ser humano que es capaz de elaborar la Declaración de los Derechos del Hombre y simultáneamente, lanzar bombas nucleares en Hiroshima; que tiene las tecnologías para enviar artefactos al espacio sideral y que lanza misiles letales desde miles de kilómetros impactando en escuelas, hospitales. Es una tremenda contradicción, cierta, real, palpable, triste.

Sigamos con la fotografía. Hay algo que nos impacta, mas allá de la expresión pavorosa del chico en primer plano. La fotografía es escalofriante no sólo porque el terror es el principal protagonista de quienes están con las manos alzadas, sino por la «normalidad» de quienes llevan los fusiles. Pareciera que son meros observadores, apenas testigos de lo que sucede y que la cámara registra con objetividad.

Allí están los soldados nazis, retratados y henchidos de vanidad con la satisfacción del “deber cumplido”. Al que está mas adelante se lo pudo identificar. Se llamaba Josef Blösche; cumplíó funciones de sargento de las SS en la aniquilación del Ghetto de Varsovia. Podemos conocer toda su vida, hasta su ejecución por las autoridades de la (hoy extinta) República Democrática Alemana en 1969. En otra fotografía de la misma época, lo reconocemos al lado de Stroop, observando desde ese lugar privilegiado, cómo ardían viviendas recientemente bombardeadas. En el Ghetto era conocido como «Frankenstein», a causa por su monstruoso comportamiento. No solo golpeaba y mataba hombres y niños simplemente por mirarlo, sino que también –como eso no le bastaba-, violaba mujeres antes de asesinarlas.

Otro protagonista al que se pudo distinguir –aunque no se ve en la foto- es al fotógrafo. Era Franz Konrad, un oficial nazi austriaco, bautizado como “El Rey del Ghetto”, con todo el significado negativo que uno puede imaginar por su arbitrariedad en los manejos y abusos cometidos. Konrad era un capitán encargado de organizar la sustracción de bienes de los judíos en una organización que eufemísticamente llamada Wertefassung (“adquisición de bienes”). Bien pronto los nazis ocuparon Varsovia, se dedicaron al robo sistemático de las propiedades –muebles e inmuebles- de los judíos, donde participaba especialmente el personal de las SS.

Como muchas de sus fotos, quedó asentada en el llamado ‘Informe Stroop’, quien registró todas y cada una de sus acciones en un presuntuoso relato de 75 páginas con tapas de cuero negro que incluía copias de todos los comunicados diarios enviados a sus superiores, así como fotografías con subtítulos en letra gótica. Konrad fue juzgado y ahorcado en Varsovia en 1952.

En cuanto al niño, hay algún estudio que detectó de quien se trataba, pero evidencias posteriores establecieron que eso era incorrecto. En realidad, hoy ¿acaso importa conocer el nombre exacto de ese niño? No se si interesa tanto, ya que ese chico (¿Idl, Pinie, Moishe?) es la representación cabal del millón y medio de chicos menores de 15 años asesinados por el nazismo.

El Tercer Reich fue una construcción histórica, política, social que deshonra a quienes pensamos a la Humanidad como un devenir hacia el progreso. No fue una maldición divina. Fue hecha por seres humanos. Sabemos y encontramos ejemplos similares a lo largo de historia e incluso en nuestros días. Todo eso no desautoriza ni invalida nuestro mas absoluto desprecio, rechazo y horror ante el régimen nazi. Nos repugnan el racismo, el suprematismo, el culto al odio, a la guerra, la denigración del “otro” distinto, el desprecio por el solo “ser”.

Esa fotografía no es insólita; a lo largo de todo el recorrido del genocidio del pueblo judío, el nazismo mismo se encargó de testimoniar lo salvaje, lo brutal, lo inhumano de su esencia misma. Por otra parte, escenas de esa índole se produjeron miles de veces sin que nunca llegaran al objetivo de una cámara. Sin embargo, los crímenes quedaron documentados en millones de papeles, diarios, cartas, testimonios, libros, vestimentas, objetos, restos materiales, películas, fotos. El Archivo que llevaba el Dr. Emmanuel Ringuelblum (“Oneg Shabat”) y que enterró en el interior del Ghetto en unos bidones de leche habla por sí solo.

Aunque, es verdad que pocos de los objetos recuperados tienen la fuerza que irradia la impotencia del niño del Ghetto de Varsovia. Una imagen vale seis millones de víctimas.

De manera absolutamente premeditada no nos hemos propuesto rescatar ni enumerar la valentía, el coraje, la entrega, la decisión de los combatientes del Levantamiento del Ghetto. Su descomunal lección de humanismo militante nos absuelve de cualquier calificación. Ellos están mucho mas allá de lo que podamos decir. El solo hecho de haber conformado el Bloque Antifascista primero y la Organización Judía de Combate en la que confluyeron casi todos los sectores políticos del Ghetto nos exime de cualquier cosa. Eso fue heroísmo y no macana.

Alguien podría preguntarse entonces del por qué nos detuvimos en una foto, de la cual puede haber miles parecidas. Porque en ella se encierra una poética macabra; hay que observarla como la conmovedora expresión de un destino del pueblo judío, y como documento fehaciente de los padecimientos de los judíos ante la maquinaria de aniquilación nacional-socialista. Pero no solo nos muestra el espanto; por contrapartida, ese espanto que se respira en la foto, nos traspasa y conlleva la esperanza. Los nazis quisieron exterminar al pueblo judío. No pudieron.

Resultan inimaginables el sufrimiento, los martirios. Pero junto ellos, estuvo la resistencia. Ante la muerte cotidiana, el ser humano no queda oculto tras las mascara. La vida robada se potencia y se manifiesta plena como alegato contra el fascismo y su hermana melliza, la guerra.

Prof. Daniel Silber | Presidente