12
JUN
2015

Una velita que ilumina

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La muy breve vida de Ana Frank fue una velita en medio de la tremenda oscuridad del nazismo. Sin embargo, esa pequeña llama no se agota, brilla y arde para siempre. No solo que ilumina, sino que quema la inteligencia de Humanidad y su fulgor enciende corazones y conciencias, moviliza, grita, reclama, exige.

El “Diario” que escribió, en las pésimas condiciones de vida en las que fue obligada a permanecer durante mas de dos años, es un emotivo monumento a la fuerza de coraje individual y el triunfo de la esperanza sobre la desesperación. En su Diario, como en su vida, Ana Frank es un modelo a seguir, una advertencia contante ante la prepotencia, el autoritarismo, los déspotas, la intolerancia.

Ana Frank, para la concepción racista del nazismo, había cometido un delito muy serio y grave: ser judía. Como ella, mas de un millón y medio de chicas y chicos menores de 15 años, fueron asesinados por la instrumentación de la barbarie a través de los mas avanzados adelantos científicos y tecnológicos de la época.

La muerte bajo el nazismo significó la culminación de la nacionalización e industrialización de la muerte. El genocidio de las juderías europeas fue resultado de una planificación sistemática y burocrática. Toda una maquinaria aceitada se puso en funcionamiento para ello: organización, construcciones, ingeniería, administración, aprovisionamiento, transportes, guardias. Las chimeneas siempre humeantes de Auschwitz son solo son un símbolo de esa forma de actuar: una verdadera tragedia, en todos los ámbitos, para el género humano.

Tragedia por la cantidad de víctimas, tragedia por la destrucción que implicó, pero mas que nada, tragedia porque nos muestra cuales pueden llegar a ser los límites aberrantes a los que se pueden llegar (y superar), sin que se conmueva un ápice la condición humana.

Primo Levi, luego a atravesar ese infierno se pregunta si eso es un hombre. Teodoro Adorno se cuestiona y se inquieta interpelándonos acerca como debe ser la educación después de lo que fue el campo de exterminio.

Esas preguntas persisten y nos duelen. 

El 12 de junio, una nena que se llamaba Ana cumpliría 86 años; podría estar en su casa disfrutando de una vejez apacible, rodeada de hijos, nietos, amigos; podría haber tenido una vida aventurada o tranquila. Podemos tratar de imaginarla como sería: una mujer anciana, probablemente algo encorvada por la edad, pero teniendo una chispa en los ojos, una sonrisa traviesa y una personalidad fuerte –tal como la conocimos a través de sus fotos y su Diario-.. No sabemos qué es lo que hubiera sido: ¿científica?, ¿empleada de un comercio?, ¿directora de escuela?, ¿ama de casa? Quería se escritora, pero no pudo. La voluntad de otro(s) se lo impidió. Otros decidieron que ella, por la sola condición de ser judía, no merecía nada de eso y ni siquiera vivir. Otros –el nazismo- resolvieron eliminarla.

Y lo hicieron de un modo atroz, de manera que muchos casi no se dieran cuenta de la monstruosidad que se estaba cometiendo a ojos de todos. Naturalizaron la discriminación. Primero los insultaron; luego los inhabilitaron calificándolos de parásitos; después los quitaron de la vida pública y les prohibieron la realización de muchas cosas (pasear por los parques, andar en bicicleta, ir al cine, estudiar; los expulsaban de escuelas, universidades, empleos). En esas condiciones, algunos pudieron huir, pero la gran mayoría comenzó a ser cazada y llevada por la fuerza a espacios mínimos de las ciudades donde debían sobrevivir hacinados en medio de la escasez de agua, comida, medicamentos, electricidad, calefacción. Finalmente, el broche de oro de ese proceso, fue el aniquilamiento, ya sea mediante fusilamientos masivos, gaseamiento o agotamiento en los campos de exterminio. Asi exterminaron a 6.000.000 de judíos.

En una parte de su Diario Ana escribió: «Quiero seguir viviendo incluso después de mi muerte.» Y así sucedió. Su deseo era ser escritora, a pesar de la anormalidad de su vida. Su obra es un verdadero monumento a la fuerza, al coraje individual y el triunfo de la esperanza. 

Nos resulta imposible saber cómo hubiera sido Ana. En nosotros, ella permanece siempre joven. A pesar de lo trágico de su muerte prematura, justamente esos que permanecen jóvenes eternamente, esos que al morir siguen viviendo, nos transmiten algo importante: sus ideales permanecen eternamente jóvenes, vigentes, inmunes del paso del tiempo

Ana Frank no es una heroína; fue una mas entre tantos chicos judíos asesinados solo por ser judíos, o de chicos gitanos, discapacitados, eslavos, testigos de Jehová por el hecho de serlo. Lo que sí es, es un recordatorio contante de lo que nunca mas debe suceder. Su Diario es una referencia ineludible sobre el nazismo y su crueldad, acerca de hechos totalmente reales y devastadores; es mas que un testimonio histórico. Es una convocatoria al humanismo y una rebelión ante la barbarie.

Ana conmueve, agita, inquieta. Ana pudo / puede ser cualquiera de nosotros. Pero Ana también nos habla de la esperanza de otro mundo, lejos del temor, la angustia o el dolor. Ana fue el Negrito Avellaneda, secuestrado-torturado-asesinado por los criminales de la dictadura genocida que se impuso en nuestra Patria entre 1976 y 1983. Desafía a nuestra conciencia y al sentido de lo ético, lo solidario.

Pero también, paradójicamente Ana es una de los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo. Ana es la identidad redimida, es la perspectiva de construir entre todos un futuro de justicia, de paz, de respeto, de convivencia.

Sr. Marcelo Horestein | Secretario
Prof. Daniel Silber | Presidente